Pit II en el Zócalo
Los calzoncillos de Villa • El parque del general Anaya • Los botones
de Guillermo Prieto • Los zapatos de Agustín Carstens
Tania Molina Ramírez
“Cuando Pancho Villa llegó a Monterrey, reunió a los oligarcas, les mostró unos calzoncillos y les dijo: ‘valen 50 centavos y los están vendiendo a peso. Son una bola de especuladores y ladrones, y doblaron el precio del maíz, trigo y frijol. Tienen 24 horas para bajar los precios a la mitad. Y si no, los fusilo’. Y cuando Villa dice ‘los fusilo’, los fusila”, contó Paco Ignacio Taibo II durante la recién concluida Feria del Libro. De fondo se escuchaban corridos revolucionarios que provenían de la carpa vecina en el Zócalo capitalino.
Y los oligarcas de Monterrey, “cuyos apellidos, por cierto, son los mismos de hoy”, bajaron el precio del trigo, frijol y maíz a la mitad, “con todo y que el director del Banco de Londres decía: ‘no tengo nada que ver con los precios de los productos alimenticios’. ‘No importa, lo fusilo también’”, siguió el autor de Pancho Villa, biografía del gran revolucionario.
“La izquierda no supo entenderlo (a Villa). En los años posteriores a la revolución, la izquierda se sentía atraída lejanamente por el programa social de Zapata, por la mirada de perro triste, por el Zapata amante de las comunidades y colectivista. Pero a Villa no lo veían, era una especie de bárbaro, bandolero, salvaje, centauro, sin programa social. ¿Un tipo que dejó a la oligarquía en los calzones no tiene programa social? “
¿Un hombre que cuando toma el control de Chihuahua vende la carne al 10 por ciento del precio normal? ¿Un personaje que entiende la revolución como la reparación de la eterna injusticia? A la izquierda, desde el punto de vista del marxismo neandertal, le cuesta mucho trabajo entender las fuerzas brutas que vienen desde la plebe. Y al no entenderlo nos privó a una generación como la nuestra de tener al comandante general Pancho Villa. En el 68 teníamos al Che, a Ho Chi Minh, a toda madre, pero no teníamos a Pancho Villa, y me cae que lo necesitábamos. Ahora sí ha vuelto. Vuelve a ser el mismo y amado de una sociedad de desposeídos, afrentados, injuriados por el poder, castigados por la represión, la mentira y el abuso de una narco burguesía que nos domina. ¡Abusados, cabrones, ahí viene la pinche venganza!”
Taibo contó cómo la leyenda negra de Villa (sádico, violento y borracho) prosperó debido al miedo que le tenía el poder a “la fuerza terrible que significó el villismo (...) “Paradójicamente, Villa no bebía. Se aficionó, cuando estaba exiliado en El Paso, a las malteadas de fresa; está bastante lejano de la imagen de un Villa borracho y tequilero. Cuando toma Ciudad Juárez, ordena la destrucción pública de las barricas de mezcal. Toda la ciudad olía a mezcal.
“Decretó infinidad de veces la ley seca y algunas veces la mantuvo a punta de pistola. Mandó fusilar a compañeros que se pasaban. La División del Norte era muy peligrosa” para los borrachos.
Por otro lado, “Villa podría ser cualquier cosa menos sádico: de una violencia tremenda, a flor de piel, la expresaba con fuerza brutal, pero jamás gozó de la violencia ni abusó”.
A pesar de las leyendas, el villismo “sobrevivió en la charla, en la anécdota, en la conversación de padres a hijos (...), pervivió el ‘¡Viva Villa, cabrones!’ en las camisetas, la foto de Villa en las refaccionarias (…) es la resistencia popular contra el intento de destruir la imagen de justicia social que arrastra la División del Norte”.
A diferencia de la imagen que se intentó difundir, “Villa era un analfabeto que cuando fue gobernador de Chihuahua fundó 50 escuelas en 30 días. Adoraba la educación. No sabía leer pero el primer libro que leyó fue Los tres mosqueteros. Completó su educación en la cárcel, encerrado por una injusticia que le achacó Victoriano Huerta. Se formó entre las rejas”.
Quien desde los 15 años hasta poco antes de entrar a la revolución fue bandolero, “cuando toma el poder en Chihuahua, hace pomada a la oligarquía, la destruye de cuatro plumazos, les quita las haciendas, quita el derecho de paso de agua a las haciendas y la devuelve a las comunidades, les quita empresas de tranvías, los molinos de granos.
“¿De quién es la historia?”, preguntó Taibo II, el popularísimo escritor de este género y del negro.
“El Estado mexicano surgido de la derrota de la revolución dijo: ‘la historia es mía. Yo soy la independencia. Yo soy la revolución. Yo soy Cuauhtémoc. Yo soy el mestizaje. Yo soy Benito Juárez pastorcito (que puede ser indio pero es licenciado, entonces no hay pedo). Yo soy la historia. Puedo meter en el monumento a la revolución a Carranza y a Villa (por eso hay temblores en la ciudad de México), y a Carranza y Calles (por eso hay temblores de su puta madre)’.”
El Estado quiere la historia “porque lo legitima, le da el derecho de hablar en nombre del pasado: ‘soy el propietario de los libros de texto, y los niños héroes eran unos pendejetes, pero son míos; y la Siete Leguas era caballo y no yegua; y el hombre de Tepexpan era feo y chaparrito’, cuando todos saben que tenía curvas y era mujer y cazadora de mamuts.
“Cuando el Estado dijo ‘yo soy la historia’, hizo un discurso aburrido, que nos hizo odiar la historia en la escuela; es el discurso de las estampitas, los nombres de calles y estaciones de metro, de las estatuas pendejas de héroes sin caballo y sin espada y sin ideología; no son los defensores de la revuelta social, son curas bobalicones que toman café en Querétaro y accidentalmente tocaron una campana en Dolores”.
Luego, “la academia dijo: ‘somos nosotros la historia, la seria, la microhistoria, y construyen, por boca de Krauze o Aguilar Camín, una versión light, en la que dicen: ‘El Pípila ni existió’ y toman como modelo a historiadores conservadores que ni siquiera veían las cosas asomados de la ventana, estaban bajo la cama. Construyen una historia ñoña”.
Pero ahora, aseguró Taibo, estamos en una tercera fase: “Se jodieron: la historia no es del Estado, ni de la academia, no es de los especialistas, la historia es de los ciudadanos, porque es derecho sagrado de los habitantes de un espacio territorial tener pasado propio y compartido. La historia es nuestra, es el punto de referencia, es el santoral laico donde ponemos a los que queremos y quitamos a los que no nos gustan; encontramos personajes por los que nos ponemos de pie, como mi general Anaya que dijo: ‘si tuviera parque, culeros, no estarían aquí’; la historia es de unos cadetes enloquecidos que abrieron a putazos los guarda-rifles para intentar una defensa enloquecida, desesperada, en la cual seis habrían de morir; la historia es del general Escobedo, que se dormía montado en su caballo pero al mismo tiempo en Querétaro les partió el hocico a los imperiales por tercera vez; de poetas como Guillermo Prieto, que escribe Los cangrejos para hablar de nuestros vecinos; de Catedral, o de ese palacio (nacional) abandonado porque le tienen miedo al pueblo.
“Queremos a Guillermo Prieto, ministro de Hacienda de la Reforma, que el día que lo enterraron le faltaban botones en el gabán porque no tenía dinero, habiendo administrado la nación, y no a los ladrones de Alí Babá que nos han gobernado desde entonces”. (Más adelante recordó que el actual secretario de Hacienda, Agustín Carstens, dijo, hace cuatro años, siendo subsecretario, durante un debate sobre el IVA a los libros, que los libros eran un producto como los zapatos, y alguien le preguntó que qué zapatos había leído últimamente. “¡Qué ministro de Hacienda tenemos! ¡Alguien que piensa que los libros son como zapatos!”, exclamó Taibo.)
La historia “es referente, sabor, calor, identidad –siguió el escritor– ¿De quién somos hijos? ¿De Iturbide o de Hidalgo? Elegimos, y elegir significa leer, estudiar y tomar partido. Es un llamado a una historia rigurosa, llena de información, veraz, crítica, que no tiene miedo de decir que Zapata había tenido una experiencia homosexual, ni pedo; Hidalgo, muy cura pero tradujo a Moliere para ligarse a la primera actriz, Micaela, con la que tuvo dos hijos. Cura de pueblo traduciendo a Moliere, ése es el padre de la patria que nos gusta, no un cura ñoño que parece que le pusieron un gabán con una chingadera de esas que le quitan a los cortineros, un cura que nunca vemos a caballo ni armado.
“Hacemos un llamado a la investigación profunda, rigurosa, a la no elaboración de material mítico, falso, a retirar la demagogia, pero también hacemos un llamado a apropiarnos de la historia, escribirla, leerla y transmitirla. Los mexicanos estamos reconstruyendo nuestra relación con la historia para formular una propuesta de futuro que no es la propuesta neoliberal, ni la del champiñón y sus huestes que hoy nos gobiernan”.
NOta: Tomado del Suplemento "La jornada del Campo" Diario la Jornada