Por Rodolfo A. Menéndez y Menéndez
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El problema de PEMEX estriba en el mal gobierno de México. Soy más preciso: en los malos gobernantes que ha tenido el país en el último medio siglo. Ellos y sólo ellos han destruido el valor original que esta industria tuvo para la nación por medio de su ineptitud, de sus torpes decisiones, de sus dramáticas e inexplicadas omisiones y de la más criminal corrupción practicada a lo largo de las últimas cinco décadas, en que se ha dilapidado un recurso que muy pocos países del mundo han tenido a su alcance durante el mismo tiempo y que lejos de utilizarse como debió haber sido -para ayudar a sacar a la nación de la pobreza y para preservar la fuente del recurso- ha servido para alimentar a una burocracia voraz, para enriquecer a unos cuantos, para corromper y envilecer a otros, un poco -muy poco- para desarrollar la pobre e insuficiente infraestructura nacional y para darle a la patria motivo de llanto, desconsuelo y ahora desorientación.
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Cuando concluí mi carrera de químico en la UNAM hace 46 años, en 1962, e ingresé a trabajar a la industria petroquímica en la que me desempeñé –con algunas interrupciones- desde entonces hasta mi jubilación hace un par de años, PEMEX y nuestra industria petroquímica eran orgullo genuino para el país. Hace cincuenta años el país estaba creciendo y desarrollándose a muy buen ritmo y la industria básica, la más importante de todas, la fincada en el petróleo de nuestro subsuelo, estaba creciendo a la par y era al mismo tiempo uno de los motores más importantes del desarrollo nacional. Los mexicanos de mi generación habíamos crecido con la noción muy clara de que la riqueza que se había logrado rescatar de manos extranjeras en los años de nuestro nacimiento, era y tenía que ser uno de los instrumentos clave para impulsar al país hacia la modernidad. No había duda para nosotros de eso.
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Más aún, el proceso educativo que seguimos en aquellos años, desde los tiempos preparatorianos, nos inculcó la conveniencia de seguir las carreras universitarias técnicas que estaban vinculadas con esa industria, porque era la formación que convenía al país, a partir de la cual podríamos contribuir al progreso de la nación. Recuerdo con claridad con que insistencia se manejaba en la orientación vocacional de aquel entonces la necesidad que tenía el país de muchos ingenieros y técnicos que fueran a apoyar los esfuerzos de hacer crecer y madurar la industria petrolera y petroquímica del país. Fuimos legiones los que acudimos orgullosos al llamado.
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No tengo las estadísticas a la mano aunque alguna vez las he podido revisar. Pero no importa, las cifras empobrecen el concepto que quiero referir. México estaba en la buena ruta de formar ingenieros y técnicos a un nivel envidiable desde la perspectiva internacional. Se estaba dotando a la industria clave del país del recurso humano imprescindible para su impulso y desarrollo. Hasta 1970, 72 tal vez, PEMEX y la industria petroquímica se desarrollaron convenientemente no sólo desde el ángulo de su avance económico, sino también en lo tecnológico, en lo productivo, en lo humano y en los aspectos del mercado.
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Éramos envidia de extranjeros y punto de referencia para países que ni por asomo tenían el potencial y las realizaciones nuestras desde todos los ángulos en que puede ser analizada una industria. España quería imitarnos sin tener cómo. Brasil no estaba en nuestras ligas. Argentina, Chile Venezuela, venían a comprarnos tecnología. El Instituto Mexicano del Petróleo era paradigma de eficacia e inventiva tecnológica.
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Complejos petroquímicos como el de La Cangrejera en Coatzacolacos, mostraban al mundo la calidad y empuje de la industria nacional. Franceses, italianos, americanos, ingleses, alemanes hacían fila para encontrar un sitio en el desarrollo industrial de México que estábamos protagonizando. Los países árabes nos invitaban curiosos para ver cómo resolvíamos los problemas de la industria y cómo podíamos apoyarlos en el desarrollo de la suya que crecía en paralelo.
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Técnicos mexicanos emigraban al oriente medio con sueldos millonarios que buscaban pagar nuestra experiencia y tecnología. Hubo año, claramente lo recuerdo, en que nos quedamos sin soldadores especializados porque la industria competidora internacional venía a "piratearlos" de las empresas mexicanas que los habían formado y entrenado. ¡Crecíamos con dificultades a veces porque se llevaban a nuestros técnicos y a nuestros obreros especializados!
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Los que participábamos en la industria, viajábamos al mundo como señores reconocidos y aplaudidos por lo que aquí se había y estaba logrando a nivel tecnológico, de crecimiento, de maduración industrial. México era el destino natural para los planes de desarrollo de la petroquímica mundial. Las empresas norteamericanas reconocían el talento local y retiraban a sus técnicos y gerentes de las subsidiarias mexicanas para dar paso a los administradores e ingenieros nuestros. Con la excepción de Japón en la región asiática, nadie era digno competidor nuestro. Corea estaba apenas naciendo a la industrialización. Singapur, hoy emporio petroquímico sin tener una gota de petróleo propio, no existía en el panorama petroquímico mundial. ¡Cuántas historias personales de éxito profesional conocí de coetáneos míos egresados de nuestras escuelas y universidades!
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Cuando vino el primer auge de los precios del petróleo a finales de los años 70 México estaba en posición envidiable para hacer de nuestra industria el punto de apoyo medular del desarrollo industrial y económico nacional. Todos pensamos que el momento crucial había llegado y que la voluntad política acompañaría a la madurez industrial que se había alcanzado para convertirnos en sota, caballo y rey de la industria mundial....
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Pero ¡Oh sorpresa! ¡Vinieron los churumbeles y nos molieron a palos...! Y todo fracasó! para 1980 ya habíamos perdido el compás y las posibilidades de éxito. El país había entrado en la peor época que ha vivido su industria petrolera y petroquímica y todo lo que habíamos ganado naufragó. Presidente tras Presidente, Director de Pemex tras Director de Pemex, sindicato tras sindicato, corrupto tras corrupto, fracaso tras fracaso. En lugar de consolidar a la industria clave, se le sustrajeron uno tras otro todos sus recursos, hasta dejarla en la inopia y la bancarrota. Lo imposible de imaginar, la destrucción de algo que nos parecía inacabable, fue logrado por la miopía, por el latrocinio, por la ineptitud de quienes nos han gobernado. Mataron a la gallina de los huevos de oro.
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Ahora se le echa la culpa de la debacle a las leyes que nos habíamos dado, a la Constitución, a los intereses foráneos (algunos perniciosos pero previsibles), al Sindicato (¡de acuerdo, deprimente!, pero el mal gobierno lo prohijó), a lo que sea. Pero lo cierto es que a Pemex se le convirtió en la caja grande (que no chica) de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y de todos los burócratas que la encabezaron, dizque para financiar el desarrollo de la nación; para impulsar se decía, con el propósito de medro (no se decía), una infraestructura inadecuada, insuficiente y mala: carreteras que se rompen con la primera lluvia y puentes que no llevan a parte alguna. A partir de ahí, todo se diluyó en el marasmo y los recursos terminaron en los bolsillos de los contratistas, de los socios, de los hermanos, de los pillos y ciertamente, por decisión de ese grupo de bandoleros, en los bancos fuera del país. ¡Y claro, para la empresa, para Pemex, ya no hubo ni lo elemental!
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Después, por falta de recursos pero más que nada por falta de visión, los genios de la "solidaridad" hicieron desaparecer virtualmente a la industria de los fertilizantes, subsidiaria de la petroquímica, antes baluarte de la tecnología mexicana y de la integración industrial; simplemente, la borraron del mapa, cuando hasta 1980 era una industria estructurada y competitiva. Hoy quedan los vestigios. Hicieron desaparecer o redujeron a su mínima expresión la investigación tecnológica y los institutos que la hacían posible. Del IMP hoy queda un poco más que la burocracia.
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Desaparecieron el apoyo y la orientación hacia el esfuerzo educativo que renovaría la sangre de nuestros técnicos e investigadores. Hoy resulta estúpido para los muchachos pensar en estudiar Ingeniería Química y son sólo un grupito de tontuelos y desorientados los que se animan por los caminos de la ciencia y de la técnica. Todos quieren ser administradores ¿de qué? Todos quieren ser ricos rápido. Si quienes los han precedido se enriquecieron robando, ellos, ¿por qué no?
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Desaparecieron los recursos para el esfuerzo medular de la exploración y de la explotación de los yacimientos petrolíferos; de ahí que sólo nueve años de reservas probadas nos hayan quedado.Desaparecieron los recursos y el incentivo para penetrar el subsuelo del mar profundo en la explotación del gas natural que sabemos que existe y que hubiera sido vital para el impulso de la industria. Mientras tanto los tejanos se están llevando la maleta y el gas sin pedirle permiso a la Constitución mexicana (¡Ah condenados!).
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Desaparecieron los recursos para seguir creciendo en refinación y fabricación de gasolinas y petroquímicos básicos. Los complejos productivos que antes fueron orgullo nacional están hoy en el más deplorable estado, sin mantenimiento, literalmente cayéndose a pedazos y tecnológicamente obsoletos. Esos ya no tienen remedio, ¡entiéndalo señores de la política! La corrosión y la corrupción hicieron bien su tarea. Mucho mejor que la que hicieron los patriotas dirigentes.
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Hoy sabemos por las confesiones de un ex-director de Pemex cómo un Presidente ignorante y por añadidura tonto, se desentendió de las necesidades de la industria, que a la fecha, unos pocos años después, queremos desesperadamente "salvar", ofreciendo para su negativa -cuando le fueron a plantear opciones para el desarrollo de la paraestatal-, el sesudo argumento de que ésta ¡NO estaba dentro de las prioridades nacionales!
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Quienes desde el extranjero antes nos consultaban y pedían ayuda, hoy vienen a decirnos cómo se hacen las cosas y a darnos lecciones para el manejo de nuestro petróleo. Ahí esta el caso de Brasil. Con una industria petrolera inexistente hace 25 años, el coloso sudamericano se labró su lugar no sólo en la industria petroquímica sino que hoy es líder mundial en la producción de energéticos y el Presidente Lula se da el lujo de venir a decirle al nuestro, qué y cómo hacer para acceder a los recursos de nuestro propio subsuelo. Hace 20 años todavía, nos invitaban a dar conferencias para decirles cómo impulsar su industria petrolera.
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España, en 1975, a la muerte del dictador, con una industria precaria e insuficiente nos pedía asociaciones, asesoría y apoyo para impulsar su aparato productivo. México tenía ya en ese entonces una infraestructura industrial envidiada por los españoles. Hoy, sumidos en el rezago comparativo, con la cabeza agachada de vergüenza, estamos muertos de miedo de que Repsol, aprovechando nuestra vulnerabilidad, venga a adueñarse de nuestro petróleo usando para ello al socio que ya nos incrustaron en el corazón del poder político mexicano.
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¡Todo naufragó! Hemos, como nación, en el caso de la industria petrolera y petroquímica, destruido valor a carta cabal.... como si nos hubieran pagado para ello. Uno a uno, sin piedad ni misericordia -los Presidentes en turno y sus corifeos en la Secretaría de Hacienda- fueron destruyendo los bastiones que con tanto esfuerzo y talento de miles de mexicanos habían sido edificados para contribuir al desarrollo nacional. A cada uno de los proyectos importantes de la paraestatal y a cada uno de los proyectos planteados conjuntamente con la industria petroquímica secundaria se le negó el apoyo y la aprobación. Como ejemplo de esto queda el caso del proyecto Fenix (llamado así porque en cada sexenio renacía de sus cenizas, hasta que en cenizas se quedó) que estaría llamado a restablecer para el país una base razonable de crecimiento industrial.
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Y quedó lo residual. Sólo aquello que la inercia de Canatarell nos permite marginalmente seguir haciendo, sólo eso quedó después del saqueo descarado que ha sufrido Pemex y la industria nacional de manera directa e indirecta. Para al final salir con la batea de babas de que "¡Nuestra industria petrolera está quebrada!" "¡ Hay que reformar las leyes para salvarla!" ¡"No nos quedan sino nueve años de reservas petroleras!" "¡Que entre rápido el capital privado para que nos rescate del caos!" ¡Como si todo este gran desastre nacional hubiera sido un problema legislativo! ¡Como si toda esta catástrofe fuera resultado de la falta de recursos del Estado. ¡Con el petróleo a 100 dólares el barril y con enormes excedentes presupuestales a lo largo de la última década!
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Claro, hay leyes que mejorar para modernizar e impulsar lo que nos queda de industria petrolera. Todo es perfectible. Claro, hay alianzas, internas y externas, que nos deben interesar y que se deben propiciar y negociar. En la industria y los mercados se triunfa con estrategias adecuadas y con claridad de miras. Pero no es esto lo que está en la médula de tanta devastación. Lo que está en el centro de nuestra desventura es la corrupción e ineptitud de la clase política (¿reflejo inevitable de nuestra sociedad?) que supo apoderarse de una industria como si fuera botín para sus propósitos de poder, pero sin tomar en cuenta el interés superior de la nación.
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Sí, es cierto, el futuro nos alcanzó. Pemex está ya cerca de la bancarrota. Ahora sí queda claro que ya llevaron a la empresa pública por excelencia de México al borde de la quiebra. Pero no nos equivoquemos, es la quiebra moral en la que se encuentra nuestra industria básica la verdaderamente grave y no tanto la económica, que esa, es más bien ficticia.
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¡Tendríamos que cambiar! ¡Que cambiar radicalmente! ¡Por supuesto que sí! Pero empezando por nuestra clase política corrupta e incapaz. Y evitar desde luego que esta desgarradora disputa por la nación se siga dando entre los partidos políticos que sólo aspiran al poder para medrar con él y no para lograr los altos propósitos que la patria nos demanda....