El gobierno de facto es un malogrado producto del actual. Por lo tanto heredará las características y compromisos de su antecesor, pero enfrentará nuevas circunstancias. Al interior se enfrentará con las consecuencias de su propia ilegitimidad, que agrava la presión social producto de la miseria, la corrupción y la inseguridad en que ha desembocado un cuarto de siglo de tecnocracia neoliberal. Al exterior se le presenta un cuadro totalmente nuevo. El gobierno de Estados Unidos construye un muro entre su país y el nuestro. Esa es la respuesta que finalmente dio a la cándida pretensión de concluir un acuerdo migratorio. Ese muro dará fin a la corriente migratoria tal como es ahora y comienzo a un nuevo capítulo en las relaciones entre México y Estados Unidos.
A lo largo de la historia Estados Unidos ha sido el determinante permanente de la política exterior de México. Pero a partir de que se impuso el modelo neoliberal esa relación tiene también el carácter de estratégica. Es así porque los gobiernos neoliberales de México vincularon el objetivo nacional del desarrollo a la relación comercial con Estados Unidos. Ninguna otra relación bilateral de México tiene ese carácter. Contrariamente, para Estados Unidos la relación con México tiene la importancia que proviene de la condición fronteriza, pero difícilmente se calificaría de estratégica.
Cualquier estrategia de desarrollo vinculada al comercio con un solo país es precaria e insuficiente. Si además carece del componente interior del desarrollo el trabajo, esa estrategia necesariamente desemboca en un fiasco. En nuestro caso los resultados de su aplicación por casi un cuarto de siglo demuestran su fracaso.
Porque esa es su naturaleza, el régimen espurio estará orientado a preservar los privilegios de las minorías. Para hacerlo continuará la aplicación del modelo económico neoliberal dictado por el mundo desarrollado para administrar la periferia: al interior, las oligarquías explotan a los pueblos y, desde el exterior, las economías ricas exprimen a las pobres.
Nuestra derecha es además, elitista, extranjerizante y anexionista1. Esta última pretensión, primero la mantuvieron oculta, después insinuada y finalmente exhibida de manera abierta por la administración foxista. En su perversidad, los planes foxistas estaban imbuidos de la ingenuidad y la ignorancia que le caracterizaron: nunca pensaron en la posibilidad del rechazo, y menos aún en ser totalmente descartados. No sospechan tampoco que la razón del desprecio está precisamente en nuestra condición subdesarrollada, y que ellos, la proterva oligarquía, son parte consustancial del subdesarrollo.
Como hija adulterina del gobierno foxista, la administración espuria insistirá en profundizar las políticas de explotación del pueblo, la enajenación del patrimonio nacional y la cesión de la soberanía. Sin acusar recibo del monumental desaire suplicará para ser aceptada. Como la obsecuencia política no ha sido suficiente; como la equiparación jurídica al Estado policiaco estadunidense (suspensión de garantías; movimiento de tropas de y al extranjero; ley de seguridad nacional; delito de terrorismo internacional)2 no ha podido ser aún totalmente implementada y no se considera suficiente, tendrá que elevar la oferta. Para ello ofrecerá el territorio nacional como perímetro de seguridad para Estados Unidos. No es poca cosa.
Lo que se quiere cambiar tuvo su origen después de la "crisis de los misiles" entre la Unión Soviética y Estados Unidos por la presencia en territorio cubano de misiles armados con cabezas nucleares, en octubre de 1962. El mundo estuvo más cerca que nunca de la guerra nuclear y varios gobiernos latinoamericanos, destacadamente el de México, entendieron el peligro que entraña la tendencia de las potencias militares a dirimir sus conflictos en territorios ajenos, en ese caso los de nuestra región. De ahí surgió la iniciativa de desnuclearizar América Latina, que culminó con la firma del Tratado para la Proscripción de las Armas Nucleares de la América Latina. Es la esencia de ese tratado no ser la arena de conflictos ajenos la que está en juego3.
Las alianzas militares se basan en la lógica de un enemigo común y México no tiene enemigos. Nunca será excesivo repetir que nuestro principal activo en la política internacional está en no tener enemigos. Buscarse los que no tiene es un verdadero despropósito. Aliarse a las potencias militares del norte no significa siquiera alquilarse como mercenario, se trata solamente de ser blanco de tiro. México debe mantener incólume su condición de país amante de la paz.
No obstante los avisos, las advertencias y las prevenciones que se les hagan, podemos estar seguros de que nuestros desmañados derechistas terminarán ofreciendo al país como blanco para bienquistarse con Estados Unidos. La oferta será aceptada pero, fatalmente, no será retribuida. Porque en la integración, como en las bodas de alcurnia, las clases sociales cuentan.
Contradictoria pero verdadera, la ingenuidad de nuestros tramposos nunca les permitió asimilar la claridosa advertencia de Estados Unidos cuando nos dijo que no tiene amigos sino intereses. "Qué guasón...", habrán pensado, mientras abonaban con candor la esperanza de que, al final, a ellos sí se les querría.
Incautos y menguados, no comprenden que pasó la época de los gestos vacíos. Para ingresar al primer mundo no basta ser miembro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, es necesario el desarrollo nacional; para promover los derechos humanos en el ámbito internacional es imprescindible respetar los propios; para implantar la democracia es necesario acatar la voluntad popular. O la haremos respetar.
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