Marti Batres Guadarrama
Aislado, ilegítimo, marcado en la frente como en Miércoles de Ceniza por el estigma del fraude, Felipe Calderón y su grupo buscan a como dé lugar abrirse paso, granjearse aliados y restar fuerza a sus adversarios. Trabajan a marchas forzadas apretando todos los botones y construyendo con sus asesores líneas de acción o de opinión en todos los terrenos. De esta manera, han lanzado a través de los numerosos editorialistas que controlan un modelo de lo que debe ser la izquierda. Sí, aunque parezca increíble, editorialistas que han atacado rabiosamente a la izquierda mexicana en los últimos años, y hasta sexenios, han dedicado su espacio y tiempo de las últimas semanas a definir lo que es "una verdadera izquierda".
Así, la derecha represiva y fraudulenta de nuestros días quiere dar línea de cómo debe ser la izquierda. Por eso, para ellos hay una izquierda buena y una izquierda mala. La izquierda mala, según ellos, es aquella que gana las elecciones, que convoca a 15 millones de votantes en su apoyo, que protesta cuando hay fraude electoral, que defiende a las clases populares cuando les quieren aumentar los impuestos, que rechaza las privatizaciones de las empresas públicas, que defiende los energéticos en manos de la nación, que critica a los poderosos que concentran la riqueza nacional en sus manos, que promueve los derechos sociales universales como la pensión a adultos mayores, que rechaza el Fobaproa y los rescates de los ricos. Esa es la "izquierda mala", también llamada "populista", "ultra", "radical".
Según el evangelio de San Felipe del Sangrado Corazón de Jesús del Fraude Electoral, hay una izquierda "buena". La izquierda buena es diferente. No se confronta con la derecha. Dialoga con los gobiernos panistas, aunque sean fruto del fraude electoral.
La izquierda buena no pretende llegar al gobierno. Acepta el papel que la derecha le da. Sabe que su deber es ser minoría eterna. No se le ocurre la imprudencia de buscar ganar la mayoría electoral y, menos aún, el gobierno federal. La izquierda buena sabe que la Presidencia de la República está reservada para la derecha.
La izquierda buena no cuestiona la política neoliberal. Por el contrario, comprende que vivimos tiempos nuevos, y que por lo tanto debemos integrarnos a la globalización. La izquierda buena acepta las privatizaciones, particularmente si se trata de los energéticos, y rechaza el viejo nacionalismo conservador.
La izquierda buena entiende que debe haber una reforma fiscal, y que no estarían mal unos cuantos puntitos de IVA en alimentos y medicinas, pues así el gobierno tendría dinero para programas alimentarios y de salud. La izquierda buena sabe negociar en estos temas y no se aferra intransigentemente al viejo populismo paternalista, en el que los pobres pagan muy poquitos impuestos. La izquierda buena entiende que las facilidades fiscales las deben tener los grandes empresarios, pues son ellos los que generan los empleos.
La izquierda buena apoya los subsidios a los banqueros, pues aunque no estén quebrados, si no se les subsidia se pueden poner nerviosos los mercados, y viene la crisis.
La izquierda buena no anda proponiendo derechos sociales universales. Eso es populismo, y el populismo, como su nombre lo dice, es algo terrible. Por eso, la izquierda buena acepta que los programas sociales beneficien solamente a los que son de plano muy, muy, muy pobres, pues construir un estado de bienestar social ya es un anacronismo.
La izquierda buena no anda peleando en las calles. Eso es violencia. Al contrario, la izquierda buena acepta que se reglamenten las marchas, que haya manifestódromos, que sólo puede haber manifestaciones los domingos, y eso de vez en cuando. La izquierda buena no se manifiesta en calles prohibidas como Reforma, y menos aún hace plantones, pues se entiende que Reforma es sólo para los ricos. La izquierda buena pide el uso de la fuerza contra los plantones y manifestaciones.
La izquierda buena no se opone a la toma de posesión del presidente espurio Felipe Calderón, pues eso atenta contra las instituciones, la unidad de la nación, la paz pública y el orden establecido. La izquierda buena se cruza de brazos, acepta el fraude, espera la toma de posesión y aplaude al usurpador, pues cuestionar el fraude electoral es cuestionar una de las instituciones más sagradas del Estado mexicano.
Para desgracia de los editorialistas de la derecha, estamos muy lejos de la existencia vigorosa y activa de esa izquierda buena. Y lo que vemos en el horizonte es una izquierda dispuesta a reivindicar su derecho de disputar el rumbo de la nación.
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